La lluvia acariciaba el cristal del gran ventanal, el día había amanecido gris, oscurecido por las primeras lluvias de otoño, pero con toda la belleza que sólo esos matices eran capaces de proporcionar. Dentro, el calor de la chimenea encendida calmaba el frío de las desnudas paredes maquilladas de blanco, en un intento por ocultar las cicatrices de vidas pasadas.
El suelo era un universo de cajas, paquetes, maletas y mil trastos que se perdían por las habitaciones, en unas apiladas, en otras a medio colocar, pero sin duda todos aquellos objetos deseosos de encontrar su lugar en su nuevo hogar.
Ella, sentada sobre una gran alfombra blanca, imaginaba cómo quedaría el salón, con el sofá que traerían en unos días, los dos butacones azules que aún estaban atrapados en su acolchada protección, las estanterías repletas de libros flanqueando la chimenea de piedra, los cuadros que vestirían las paredes, la lámpara que definiría su lugar favorito del salón, y hasta las plantas que pondría junto a las ventanas o los tulipanes que plantaría en los parterres de la terraza. Todo. Todo iba surgiendo en su mente como fugaces estrellas; había llegado su momento, alejada de mundo, con añoranza, pero con la fuerza necesaria para afrontar el futuro.
La mañana iba pasando despacio, pero poco a poco, cada libro, objeto o vaso encontraba su lugar. Así llegó la hora de comer, cogió el abrigo, un gorro rosa, se sumergió en sus botas de agua y se lanzó a la calle, llena de charcos, de coches enloquecidos por el desconcierto que crean cuatro gotas, y de personas, los nuevos figurantes de su historia. A pocas calles de su refugio, una pequeña cafetería asomaba entre los escaparates de telefonía y una floristería, sonrió. Se acomodó frente a la ventana, para seguir disfrutando de la estampa otoñal que le ofrecía el día, observando a los que entraban y salían, riendo con el día a día en su "TL" de Twitter, los mensajes de su hermana que ya la echaba de menos, y eso que acababa de irse, comenzó a saborear el Moca con leche de almendras que tan delicadamente le habían preparado.
Le leyó, como cada día, aunque llevaba varios en los cuales no había podido hacerlo como le gustaba, tranquilamente, releyendo, rebatiendo cosas que ni ella a veces entendía, buscar la respuesta y volver a empezar, le encantaba. En aquel instante le habló, de todo lo que estaba haciendo, de lo que había leído, y en general, de todo y nada, como ella hacía, hasta adentrarse en el silencio de quien ha consumido su ración diaria.
Al volver a casa, pensaba en lo curioso de las cosas, en cómo pequeñas pinceladas en forma de personas, nos iban marcando, dejando huella y haciéndonos felices, aunque fuera a kilómetros de distancia, o a dos paradas de metro. Todo había cambiado, la forma en la que la gente se relacionaba, el cómo se conocían, o cómo se podían crear "vínculos" entre personas que nunca se llegarían a conocer. "Este mundo loco" se decía para sí, y entre risas, "rt" y "me gusta", fue recorriendo los últimos metros hasta su portal, ahora acompañada por pequeñas suculentas, que pondría en la repisa de la ventana, y una orquídea rosa para la mesa del comedor, esa, que todavía no había comprado.
Llaves al suelo, botas fuera y portazo, sin duda, ya era su casa. Plantas en su sitio, flor en la mesa de las llaves, esa que poco usaría para las llaves, abrigo sobre el radiador de la ventana y silencio, un profundo y cálido silencio, sólo roto por una gota de agua que caía del canalón y el resto de su ropa al chocar contra el suelo.
La lluvia había dado paso a unas nubes naranjas y un tímido sol que asomaba en un último suspiro entre los edificios. De repente, "clof", la luz verde se encendió en el móvil, "clof" de nuevo, la duda afloró, esa luz y ese sonido podía ser de mil sitios...
"Café, té, un paseo por los charcos más famosos de la ciudad ;)"
Una sonrisa invadió su cara, en ese instante, iluminaba más que el sol de aquella tarde. Le respondió y de un salto se vistió, el portazo resonó en toda la escalera, ya no había marcha atrás. Recorrió las calles hasta donde le dijo, allí, junto a una farola estaba él, sonriendo con sus ojos, observándola con curiosidad, como quien descubre una aguja en un pajar, y entre suspiros intentando recobrar el aliento tras la carrera, le dijo:
- Primero los charcos, después... toda la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario