Le imaginaba junto a ella, sentados mirando el mar en una tarde como aquella, con el sol quemando el horizonte y tiñendo el cielo de rosa, algodones de azúcar (sonríe). El mar estaba tranquilo, las olas llegaban tímidas a la orilla donde sus pies se veían acariciados por ellas. La brisa salada jugueteaba con su pelo mientras cerraba los ojos para saborear el momento. Él, mantenía la mirada perdida en el horizonte, achicada por el sol al tiempo que sus dedos se hundían en la arena, aferrándose a ella, reteniendo el instante.
De repente, una ola rompe con fuerza en las rocas, ambos miran, observando cómo desaparece en un remolino de espuma dorada (sonríen). Sus miradas se cruzan, ella que nunca había podido mantenerla a nadie hacía el esfuerzo, él que lo sabía, se mostraba firme, hasta que una carcajada los lleva a tumbarse sobre la arena, que poco a poco, había perdido su calor y tornaba fría.
La risa retumbó en su pecho, hasta dejarla sin aliento, y entonces le miró, esta vez distinto, como quien acaba de cruzarse, de descubrirse entre una multitud, y le susurró...
"Eres ese silencio en medio de una plaza abarrotada que nadie siente, y que sólo yo puedo oír"
La observó (sonríe), le guiñó un ojo buscando su mano, mientras perdían sus miradas en el cielo, un tapiz bordado de diamantes con su espléndido silencio...
La cortina la despertó de su mágico sueño, la noche había llegado y mirando al cielo se dijo para si "tan lejos, y bajo el mismo cielo".
P.D.: Hay silencios que merece la pena vivirlos.
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