Qué curioso es el dolor. Cómo nos desarma, nos rompe y desgarra. Es silencioso, sabe jugar sus cartas, elige el momento preciso en el cual ya no lo sientes, está dormido; triste ingenuo, él no duerme, espera su momento.
Ese día, esa hora, ese instante que sientes que lo controlas todo, que eres invencible, que nada te vulnera ya, y sobre todo, que has olvidado.
Ese... Justo ese. Es cuando aparece, en forma de recuerdo, en forma de suspiro ajeno, en forma de quejido interno que te desploma, que te desmorona, y te devuelve a tu sitio. A su lado.
Quizás un día se vaya, sin más, sin darte cuenta; dejará de envenenarte, de retorcer tus entrañas, de nublar tu alma y dejarte ver más allá de su oscuridad impuesta.
Pero hasta entonces, seguirá ahí, vigilando en silencio, al acecho, para que en ese suspiro, te atrape de nuevo.
P.D.: Cada uno tiene su dolor particular, esa persona con la que se ceba el dolor, y sí, es difícil de olvidar.
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