El día nació y con él, la lluvia fue visible... Ella, insistente, nos había acompañado durante toda la noche... Lenta, constante, ruidosa, susurrante... Tus manos amanecieron exploradoras bajo las sábanas, una, recorría mi espalda, acariciando con la yema de tus dedos desde mi nuca tímida, hasta mis nalgas deseosas... La otra, más ambiciosa, paseaba por mi cuello dibujando flores hasta mis pechos... Tu boca sintió envidia, y de repente, tus labios húmedos, besaron mis labios, suave, sin prisa, pero sin pausa, deleitándose con mi lengua, deleitándome con tu sabor... Surgió así, un ir y venir, un te beso, un te muerdo, un me lames, un Te quiero... Mi mente se abandonó a tus manos, a tu piel, a tus labios; Tú, te perdiste, entre mi piel, entre mis brazos, entre cada uno de mis gemidos, entre cada uno de los susurros y suspiros que entrelazaste a mi cabello enredado... Así nació la mañana, así, entre lluvia, entre tus sábanas, entre mi piel y la tuya, entre mis ojos en fuego, y tus ojos en calma, así, entre el calor de tu sexo, y el mar en el que yo navegaba, así, entre las embestidas que a ti me entregaban, así, entre tus susurros al viento, y caricias a mi alma...
P.D.: Dichosa lluvia que nos acompañó esa mañana.
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